lunes, 20 de diciembre de 2010

GRAMALOTE

QUE NO SE DERRUMBEN LOS SUEÑOS


“Quedé con lo que tengo puesto”

“Era mi casita, los ahorros de toda mi vida”

“Volver a comenzar, Dios sabe donde”

“Porque a nosotros ?”

“Era lo único que tenía”

“Lástima tan bonito el pueblo

Esas son solo algunas frases que entre sollozos e impotencia hemos oído durante estos últimos días en voces de nuestros amigos gramaloteros.

Es el lamento, son las lágrimas que ruedan feroces por los rostros de niños, mujeres o ancianos, que hasta hace pocos días soñaban con las luces, las novenas, los regalos, la alegría de la navidad.

Es la tristeza de ver como la montaña arrastra todo lo que un día fue el pequeño terruño, es el desconsuelo que provoca la arremetida de la naturaleza que pasa factura, tal vez por las cosas mal hechas o nunca tomadas en serio.

Ver las imágenes en televisión, oír las noticias de radio, leer las notas de los periódicos o navegar entre el mar de escombros virtuales que nos muestran las fotos de internet, todas juntas, rompen el corazón y también dan ganas de llorar o llorar, así de simple, esa es la verdad.

No se si Ustedes, que leen esta columna, también sienten como yo al probar por ejemplo un sorbo de café caliente en la lluviosa mañana, algo así como un nudo de la garganta, viendo el último reporte por Caracol o RCN, al pensar que centenares de personas al cobijo de un extraño albergue en aulas de colegio o salones comunales, no lo pueden hacer, porque la cocina ya no es su cocina, ni la alacena es su alacena, ni la nevera es su nevera, ni los platos para comer ya son sus trastos.

Eso genera aflicción y hasta nos hace pensar que todo lo que tenemos , en definitiva, Dios no lo ha prestado, más sin embargo duele y fractura el alma al saber que los niños ya no podrán jugar en el parque al arrullo de las palmas reales con sus troncos pintados con los colores de su bandera.

Ni los ancianos o viejitas de blanca cabellera podrán acudir cada domingo a la misa mayor a pedir por los suyos y lograr paz interior en el bonito templo, que por sus grietas, sabemos que no durará mucho en pié.

Es que hasta la casa de “Papito Dios”, se está yendo, como los otros dulces hogares en ese devastador, insolente, lento pero insistente efecto dominó, empujado por la mole de tierra del Cerro de la Cruz.

Los muchachos jamás volverán a sentarse en los bancos del parque para echar a volar su imaginación y los grupillos de niñas ya no pasarán sonrientes tratando de buscar conversación.

Ya no volveremos a ver a las colegialas disciplinadas acudir con ganas de conocimiento al Colegio de Las Bethlemitas, ni los grupos de amigos organizando paseo a Las Lajas, ni los campesinos descargando de sus mulas los frutos que ofrece la tierra, la misma que hoy les está quitando todo.

Lo material es simplemente eso, material y todo algún día se podrá reponer o tener de nuevo.

Por fortuna la vida humana, esa si ha tenido compensación, al no quedar nadie atrapado bajo escombros o toneladas de tierra.

En eso tenemos que estar agradecidos, pues de lo contrario la tragedia sería aún peor, como ocurrió con las familias de Bello.

Lo cierto es que para todos esos pobladores, pero sobre todo para quienes no tienen a donde ir o conseguir aunque sea una piecita para guarecerse con los ridículos 150 mil pesitos de ayuda, la incertidumbre, al acoso de angustia y desesperación, les irá imponiendo un sello de desesperanza, lo que es más grave que el hambre o la falta de chiros para cubrir el cuerpo.

En eso deben trabajar duro quienes desde las entidades estatales tienen que velar por el bienestar de sus ciudadanos, los mismos que aportan impuestos, que votan en las elecciones y que piensan serenamente que esos dirigentes son responsables de la misión para buscar soluciones.

De lo contrario habrá que ver con lupa como se elegirán los próximos gobernantes, que ya en el trono, solo piensan en poder o querer repetir porque eso es muy bueno.

Claro que ya hay voces que claman y cuestionan si han cumplido o no, si se han gastado los recursos bien o si son simples fortines burocráticos todos esos entes que tienen que ver con medio ambiente, prevención, detección, en fin.

Eso de pronto es lo positivo de estas emergencias, para ver si por fin se cambia la forma de actuar y de pensar, para no llorar o lamentar.

En adelante el trabajo será arduo, si el cuento es reubicación, pues no solamente se puede reubicar el pueblo con sus casas, colegios, iglesia, hospital o servicios.

También habrá que reubicar las nostalgias convertidas en penas , las tristezas desoladoras, los corazones partidos, las palabras de aliento, los sentimientos hechos trizas, las añoranzas desperdigadas.

Y borrar por igual, aunque difìcil, de ese espejo insultante de la memoria, los blancos amaneceres con sus brumas arropando las montañas, los atisbos de reojo al lecho de La Colorada, el aroma de sus cafetales en flor y los naranjos cargados con el dorado y dulce fruto en los solares de las casonas.

Este Gramalote, que conocimos y disfrutamos algunas veces, ya va quedando en los textos de historia, el nuevo, no se cuando, comenzará a escribir la suya, en otro lado con las mismas caras pero menos sonrisas.

Dios los guarde y proteja amigos Gramaloteros, solo El sabe el porqué de estas tribulaciones y el futuro que traerá, con toda seguridad, mejores opciones.

Solo me queda invitar a todos los que vivimos en estas tierras de frontera, que por estos días cuando como en la fábula, donde siempre hay francachela y buena comilona, hagamos un acto sincero para compartir con ellos, bajar el volumen de los equipos de sonido, no quemar platica convertida en pólvora y regalar justo lo necesario.

Lo demás, tratemos por algún medio que llegue a ellos, a esos hombres, mujeres, niños, ancianos, adolescentes, comerciantes, profesionales, pensionados y hasta desempleados.

Recordemos, pero recordemos bien, que hasta hace algunos días, ellos tenían un techo, una tibia cama, los tres golpes de comida, hasta el estreno del 24 y los juguetes nuevos para los niños.

Hoy lo han perdido todo o bueno casi todo.

Aún atesoran los buenos recuerdos y muchos sueños siguen intactos, esos mismos, que ni las más altas montañas ni los más fuertes inviernos podrán derrumbar.

Vamos a apoyarlos, así sea con una simple oración.

Que no se derrumben los sueños para que la vida siga, que los nuevos senderos los lleven a campos floridos y que todos pensemos que algún otro día, la inmunda como dicen los jóvenes, también nos puede tocar.

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