viernes, 16 de diciembre de 2011

GRAMALOTE – Un año de la tragedia

Entre nostalgia, tristeza y esperanzas…

Hace un año, con un  panorama casi igual, invierno, carreteras destruidas, inundaciones y tantos otros males, que hoy se repiten cual lastimera canción de pueblo abandonado, Gramalote en Norte de Santander, pasaba a la historia como el pueblo que se tragó la montaña.

Esa mañana que todos los gramaloteros quisieran sacar a patadas de su mente y corazón, marcó el antes y el ahora, pero un ahora incierto, porque hasta que no se construya el nuevo pueblo, todo será proyectos y promesas.

Así me lo dijo hace pocos días Pacho, un buen amigo de esa localidad, que logró superar la tragedia, dando otros pasos firmes hacia adelante, pero que como todos, sueña con el nuevo pueblo prometido por el Presidente y la Ministra.

Y cuando digo superó, es que por fortuna sigue ahí, luchando por la vida, por los suyos, por lo que un día fue de el y que una madrugada se escapó como el humo de la chimenea de la primera casa colapsada.

Otros en cambio, sucumbieron al arbitrio del destino, se fueron callados en busca de la mágica luz al final del testarudo túnel, ese que como fábula, siempre nos han dicho que aparece cuando tenemos que dar los últimos pasos en el epílogo de nuestras vidas.

Algunos se fueron porque el débil músculo cardíaco no tuvo las fuerzas suficientes para seguir bombeando el fluido vital a todo su cuerpo, otros se escabulleron cuando enredaron realidad y fantasías en medio de desazón, pesadumbre, congoja, angustia, tormento y tantos otros elementos, para dar paso a la nostalgia, tristeza y esperanzas.

Y algún otro, por la cobardía de enfrentar la realidad para volver a comenzar de cero.

Yo no se si aún llegan las ayudas como aquel diciembre , de hace un año, ni se donde está la mayoría de ellos, los que de allí salieron, pues en los albergues solo está una minoría.

Tal vez, las casas de familiares o amigos muy cercanos, de pronto bajo otro techo lejos de las penumbras, o en el colegio o instituto que se improvisó como hogar temporal y ya casi es permanente.

Hoy podemos contar por mil las historias que cada habitante del pueblo quiere narrar pero también olvidar, hoy cada uno de ellos tiene millares de recuerdos en sus mentes que se vuelven pesadilla al conciliar el sueño.

Hoy, la rutina, un año después, no es la de compartir una novena de aguinaldos en el viejo parque con la mirada vigilante de Laureano, hoy cada uno cuenta en su calendario el día señalado para hacer de nuevo cola, recibir un mercadito, alguna ayuda económica y más promesas.

Valderrama, El Pomarroso, están cerca en los mapas, pero muy lejanos en la realidad, solo hay proyectos, solo hay un nuevo camino, pero en el que es difícil aún dar el primer paso.

De vuelta al poblado en ruinas, vemos como la maleza devora inmisericorde lo que fueron dulces hogares, otros aún se atreven a forjar modos de vida, solo algunos, muy osados por cierto con tanto invierno sobre sus cabezas, buscan con algunas ventas sacar adelante su nueva suerte de sobrevivientes, de desplazados por la naturaleza infame.

Los que van más allá, a otros lugares, pasan en silencio, miran de reojo, de pronto se persignan al ver la altanera torre aún en pié y suspiran hondo al oír el canto de un pajarillo extravíado entre las palmeras inclinadas.

Otros van en romería a mirar para echarle piedras a la nostalgia, retroceden el cassette, vuelven atrás las páginas de ese libro que escribían con entusiasmo hasta ese nefasto 17 de diciembre.

Caminan, retroceden en el tiempo, avanzan con la mirada del siguiente amanecer, una lágrima rueda por sus mejillas y el más pequeño pregunta si pueden visitar la casa de la abuela, aún no entiende que ella se fue junto a las ilusiones de una navidad y otro año nuevo.

Los grandes medios como que tienen listas crónicas, el periódico regional seguro dedicará unas cuantas columnas con textos y fotos, las redes sociales otra vez se poblarán con ese nombre y se compartirán otras gráficas y más recuerdos.

Gramalote existe cada día menos, así tenga alcaldía una cuadra más arriba de la Gobernación, así hayan votado sus habitantes en las pasadas elecciones, así los tengan tramados con miles de millones para la construcción de uno nuevo.

Gramalote, el destruido, sucumbe al irremediable paso del tiempo, el mismo que se vuelve anhelo en medio del dolor, al fantasear viendo correr niños junto a la estatua del godo querido, como guardián de un nuevo parque.

Gramalote, aunque ya es noticia de periódico de ayer, como la vieja canción, está muy metido en la mente de los colombianos, incluyendo los que están bien, los que no están mejor y los que están peor a causa de este descontrolado invierno.

Pero hay que seguir, es imposible anclar el transcurrir de la vida.

Solo pedimos al Padre Creador que otorgue la sapiencia necesaria a sus líderes para que no pierdan la fe y la esperanza, menos la ilusión, de volver a ver, tener, disfrutar, oler, saborear y amar con más intensidad, ese pueblo que tanto les han prometido y que de pronto los vuelva a reunir para ser de nuevo gramaloteros.

Mientras, seguiremos oteando el pedazo de torre, si la torre altanera, como ellos le decían, reitero,  la gran testigo de la tragedia y que a pesar de todo, hasta incluyendo apuestas, aún sigue en pié como queriendo decir, Gramalote vive, así sea en pedazos, igual como están alma y corazón de todos los que desde ese 17 de diciembre, fueron saliendo cabizbajos en busca de otra quimera.

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